martes, agosto 25, 2009

Caníbales I

Señores míos, eviten desgracias. Al contratar empleadas solicítenles sus antecedentes caníbales. La señora que trabaja en casa, por ejemplo, tiene evidentes costumbres antropófagas. Lo he comprobado.
Invariablemente al entrar a ducharme se deleita abriendo el grifo del agua fría y escucharme aullar al ser desollado por el agua hirviendo que sale por la regadera.
Como a pesar de mis solicitudes continuaba haciéndolo y angustiado por la idea no pude más, lo comprobé.
Hoy amagué entrar al baño y después de hacer girar la canilla cerré la puerta quedándome fuera, en silencio. Con una toalla a modo de falda-salida-de-baño en la cintura caminé hacia la cocina. No fue fácil, no estoy acostumbrado a las polleras. Debía mover las piernas en trancos demasiado cortos: nunca me sentí tan parecido a una geisha.
Esperé unos instantes y un poco más. Asomé lentamente la cabeza a la altura de mis rodillas y, aunque no quería pensar, imaginaba lo que su cara diría si me hubiese visto espiarla de esa forma.
De todas formas fue efectivo. ¡Lo descubrí!
Sonreía cínicamente por cómo veía moverse sus hombros. Luego agachó un poco la cabeza y escuché lentamente correr el agua por el fregadero hasta el resumidero. Primero de a poco y un rato más tarde de lleno, durante treinta y siete segundos. Se dio vuelta intempestivamente y por poco me ve.
Dos minutos treinta después me asomé de nuevo al oír nuevamente correr el agua. Esta vez seguía pasando la esponja por la cocina, sucia.
“¡Caníbal!” le grite, aunque dudo mucho que haya entendido mi “eureka” del final.
Fede Máthé