jueves, octubre 30, 2008

La fábrica de angelitos (primera parte)

Así como un zamba, que nos eleva a la mayor de las alegrías y también nos sumerge en la más profunda de las tristezas, sólo para después volver a elevarnos; como el amanecer que nos destina un día incierto, lleno de nuevos atardeceres que darán comienzo a nuevas noches. Así la fábrica de angelitos trabajaba sin cesar. Trayendo alegría para algunos y el recuerdo punzante, indeleble para otros. Así estaba planteado... al menos para ese día.
Ese día había comenzado mucho antes. Ese día amaneció cinco semanas antes, cuando la espera no dejó lugar a dudas. Cuando sobraban toallitas y faltaban de usar dos píldoras. Cuando no se pudo evitar pensar en lo que pensaba hace rato.
En su trabajo no se notaba. No lo notaban. Seguía llegando a horario como siempre. Cumpliendo las entregas como siempre. Diseñando objetos de la más variada índole, como siempre.
En su familia no lo notaban, nada se hablaba desde hacía tiempo, desde aquel día en que su padre, creyéndose en la obligación de cumplir con su rol de padre, aquel que una vez leyó en Readers Digest, y diligentemente la sentó en la mesa de la cocina diciendo: tenemos que hablar de... sexo. Claro que jamás imaginó un “Ok, qué querés saber?” por respuesta.
Claro que, para ser sinceros, era sólo una sílaba llena de palabras ya dichas, en labios extraños que no conocieron jamás otra alternativa más que la de callar.
Todo fue demasiado rápido, fugaz, efímero. Al menos para lograr deshacerse de aquello que tanto la molestaba para comenzar a cargar la sutil diferencia entre lo natural y artificial. Nunca supo como encararía luego la charla inevitable con su futuro negado. En sueños se lo explicaba, mientras dormía tranquila. Durante el día lloraba y buscaba el consuelo de las estrellas que la llevaran a recomenzar la plática. Cosa que jamás pudo comprender. No lo quiso hacer. No lo entendió.
Serás el siguiente. Este no sos, bah! en realidad sos lo que serás pero sin serlo. Al menos no hoy. El mañana es tuyo. No, no precisamente mañana sino un mañana. No preguntes cuál. Ya sabrás cuando. Cuando yo quiera, porque no puedes ser hoy. Lo digo yo. Te lo dijo él. Al menos eso escuché. ¿Qué eso quise escuchar? No. No hubo palabras pero me lo dijo. Habla mejor con él, sabrá explicarte mejor. Es que ni siquiera deberías haber sido. Te lo explicaré cuando llegue… le decía, se decía.
Y al amanecer lloraba por haberle mentido, por mentirse.

Federico Máthé